miércoles, septiembre 09, 2009
Infancias robadas
Zlata Filipovic (28 años), conocida como la “Ana Frank de Bosnia”, fue la autora de un diario (“El diario de Zlata”) sobre sus experiencias durante la Guerra de Bosnia, cuando contaba entre 11 y 13 años de edad. Actualmente trabaja en la defensa de los derechos humanos y colabora con Save the Children.
Lo que sigue es su carta abierta sobre las consecuencias que tienen los conflictos armados sobre los niños y niñas, sus principales víctimas.
Recuerdo estar intentando escribir una redacción cuando escuché los primeros disparos de mi vida; sonidos que ningún niño, en ningún lugar del mundo, debería escuchar jamás. Intenté con todas mis fuerzas concentrarme en la tarea, preocupada por lo que la profesora pudiese decir al día siguiente. Aquella fue la última redacción que hice durante casi dos años de mi vida en el conflicto en Bosnia.
Mi escuela en Sarajevo fue bombardeada y cerrada, la explosión de un cohete dejó un agujero enorme en el muro de la clase de literatura. Dejé algunos trabajos escritos con mucho esmero en el armario que fue bombardeado. Nunca supe qué le había pasado a mi profesora. Nunca la volví a ver.
Sabemos lo que son las emergencias, las hemos sentido en nuestra piel; entraron en nuestras vidas, las hicieron volar por los aires, las fragmentaron, las hicieron pedazos. Robaron nuestra inocencia, nuestra humanidad, nuestra infancia y a nuestras familias. En todos nuestros casos, los conflictos robaron uno de nuestros derechos básicos como niños y jóvenes: el derecho a la educación. Aquello fue lo primero que ocurrió cuando comenzó el horror. El cierre de la escuela era una señal de que algo muy malo ocurría.
Un día nuestros lápices se cayeron, nuestros cuadernos fueron abandonados, y nuestros pupitres se quedaron desiertos. Las clases, cubiertas con nuestros dibujos, con las risitas persistentes y las notitas que nos pasábamos, se quedaron vacías. El miedo a ser llamado a la pizarra para resolver un problema de matemáticas y la emoción de descubrir la magia de la escritura desaparecieron. El aprender a jugar, a deslizar un lápiz en el papel y dejar una marca permanente en este mundo nos fueron arrebatados. En su lugar, nuestras escuelas se convirtieron en refugios, en lugares donde la ayuda humanitaria era distribuida, en edificios fantasma que habían sido bombardeados, en espacios destrozados, en almacenes de armas, en demarcaciones de las zonas del enemigo y de las líneas del frente.
Encerrada dentro mi casa, con terror hacia el mundo exterior donde la muerte puede atraparte en cualquier momento, leo sin cesar, intentando seguir creciendo. Entonces, un día, algunas mujeres jóvenes de mi barrio empezaron algo así como una “escuela de guerra”. No teníamos clases de verdad, pero nos reuníamos ocasionalmente cuando los días eran relativamente tranquilos y podíamos ser niños de nuevo durante un momento. Todas estas mujeres jóvenes no podían ver cómo los niños se iban consumiendo; nos dieron su tiempo y compartieron generosamente su imaginación, creatividad y conocimientos con nosotros. Nunca las olvidaré, ni lo que hicieron por nosotros – solo puedo tener la esperanza de que enfrentada a circunstancias similares, sería tan generosa como ellas y me dedicaría a la noble tarea de profesora.
Diariamente, niños como yo, como nosotros, en todo el mundo, buscan un lugar donde esconderse, entran en campos de refugiados o en el ejército. Con ellos va el futuro de sus países y del mundo. Mueren, son mutilados, traumatizados, destrozados – todos ellos futuros líderes, funcionarios, estudiantes, padres, madres y profesores.
Los conflictos terminan y algunos niños tienen la suerte de sobrevivir o escapar. Como con cualquier trauma, el período de recuperación es lento. Tiene lugar a través de muchos procesos diferentes, pero es la educación la que construye un futuro para las vidas y los países fragmentados, para jóvenes destrozados y existencias rotas.
La escuela es donde nos damos cuenta de nuestro potencial, donde nos convertimos en seres sociales, donde crecemos y nos desarrollamos como seres funcionales, contribuyendo y empatizando con miembros de nuestras comunidades y del mundo. Después de un conflicto, éste es el lugar donde se puede enseñar el peligro de las minas terrestres, la prevención del VIH/SIDA y donde se puede buscar el proceso de reconciliación. Aquí es donde las armas se pueden cambiar por conocimiento y capacitación, y donde los mensajes de paz se entremezclan con habilidades y conocimientos.
Para alcanzar una paz duradera, la educación debe ser una parte integral de cada acuerdo de paz y se le debe dar especial atención a todos los proyectos de educación en países en conflicto y post-conflicto. La educación es el inicio de un largo viaje para que los niños afectados por conflictos armados reclamen su juventud, descubran su propia humanidad y desarrollen su contribución al mundo. Es el antídoto para la violencia en cualquier sociedad. Permite a los jóvenes utilizar sus mentes de manera positiva y constructiva y por lo tanto les permite tener capacidad transformadora, y construir o repara los cimientos de sus sueños y esperanzas.
Esta es la razón por la que apoyo iniciativas como la campaña Reescribamos el Futuro, de Save the Children y su objetivo de convencer a los líderes mundiales y a las organizaciones internacionales para asegurar que todos los niños en Estados frágiles afectados por conflictos armados tengan la oportunidad de recibir educación.
Hemos tenido suerte. Hemos sobrevivido y nos hemos beneficiado del restablecimiento de la educación en nuestras vidas. Hoy podemos tener voz, y nos podéis escuchar porque hemos tenido la oportunidad de volver a la escuela.
Confiad en nosotros. Nuestros lápices nos fueron arrebatados, pero tenemos suerte de volver a tenerlos. Y de nuevo tenemos voz. Tenemos la esperanza de que podáis escucharnos, en favor de todos aquellos que no tienen voz.
Etiquetas: sociedad