domingo, noviembre 04, 2012

 

Otoño

Añisclo (foto: Javifields)



aprovechemos el otoño 
antes de que el futuro se congele 
y no haya sitio para la belleza 
porque el futuro se nos vuelve escarcha

(Mario Benedetti, Otoño, fragmento)

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viernes, agosto 24, 2012

 

Microrrelatos: Un viento multicolor

Noël propone en su facebook:
‎"Un viento multicolor azotaba sus pensamientos..." ¿Cómo seguiría un relato que empieza así?
Aquí va mi propuesta:
Un viento multicolor azotaba sus pensamientos. Eran los reflejos de los cientos de luces de neón de Las Vegas Strip, al otro lado del cristal de la ventana de su habitación en el Hotel Casino Flamingo.
Por una vez, Maude había aceptado acompañar a Henry en su escapada mensual al Flamingo, donde la economía familiar se desangraba desde hacía ya dos años, y con los ahorros, se esfumaban también las esperanzas de Maude de recuperar al hombre que había conocido tiempo atrás. 
Antes de salir de la habitación, miró por última vez la cara de Henry. Por un raro pudor ajeno, cubrió con una sábana el mango del picahielos que sobresalía de su pecho, a la altura del corazón, y salió dando un portazo. 
Ya en la calle, el cálido viento de Nevada le hizo sentirse renacer, tras tirar los guantes de latex al contenedor de basura de la esquina con la Avenida Sands.


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lunes, agosto 13, 2012

 

Microrrelatos: Una víctima de la publicidad


Una víctima de la publicidad
Émile Zola
Conocí a un chico, muerto el año pasado, cuya vida fue un prolongado martirio. Desde que tuvo uso de razón, Claude se hizo este razonamiento: «El plan de mi existencia está trazado. No tengo más que aceptar las ventajas de mi tiempo. Para marchar con el progreso y vivir totalmente feliz, me bastará con leer los periódicos y los carteles publicitarios, mañana y tarde, y hacer exactamente lo que esos soberanos guías me aconsejen. En ello radica la verdadera sabiduría, la única felicidad posible.» Desde entonces, Claude adoptó los anuncios de los periódicos y de los carteles como código vital. Éstos se convirtieron en el guía infalible que le ayudaba a decidirlo todo; no compró nada, no emprendió nada que no le hubiera sido recomendado por la voz de la publicidad. Así fue como el desventurado vivió en un auténtico infierno.
Claude adquirió un terreno formado por tierras de aluvión donde sólo pudo construir sobre pilotes. La casa, construida según un sistema novedoso, temblaba cuando hacía viento y se desmoronaba con las lluvias tormentosas. En su interior, las chimeneas, provistas de ingeniosos sistemas fumívoros, humeaban hasta asfixiar a la gente; los timbres eléctricos se obstinaban en guardar silencio; los retretes, instalados según un modelo excelente, se habían convertido en horribles cloacas; los muebles, que debían obedecer a mecanismos particulares, se negaban a abrirse y cerrarse.
Tenía sobre todo un piano que no era sino un mal organillo y una caja fuerte inviolable e incombustible que los ladrones se llevaron tranquilamente a la espalda una hermosa noche invernal.
El infortunado Claude no sufría sólo en sus propiedades sino también en su persona: La ropa se le rompía en plena calle. La compraba en esos establecimientos que anuncian una rebaja considerable por liquidación total. Un día me lo encontré completamente calvo. Siempre guiado por su amor al progreso, se le había ocurrido cambiar su cabello rubio por otro moreno. El agua que acababa de usar había hecho que se le cayera todo el pelo rubio, y él estaba encantado porque —según decía— ahora podría usar cierta pomada que, con toda seguridad, le proporcionaría un cabello negro dos veces más espeso que su antiguo pelo rubio.
No hablaré de todos los potingues que se tomó. Era robusto pero se quedó escuálido y sin aliento. Fue entonces cuando la publicidad empezó a asesinarlo. Se creyó enfermo y se automedicó según las excelentes recetas de los anuncios y, para que la medicación fuera más efectiva siguió todos los tratamientos a la vez, hallándose confuso ante la idéntica cantidad de elogios que cada producto recibía.
La publicidad tampoco respetó su inteligencia. Llenó su biblioteca con libros que los periódicos recomendaban. La clasificación que adoptó fue de lo más ingeniosa: ordenó los volúmenes por orden de mérito, según el mayor o menor lirismo de los artículos pagados por los editores. Allí se amontonaron todas las bobadas y todas las infamias contemporáneas. Jamás se vio un montón de ignominias semejante. Y además, Claude había tenido el detalle de pegar en el lomo de cada volumen el anuncio que se lo había hecho comprar. Así, cuando abría un libro, sabía por adelantado el entusiasmo que debía manifestar; reía o lloraba según la fórmula. Con ese régimen, llegó a ser completamente idiota.
El último acto de este drama fue lastimoso. Tras haber leído que había una sonámbula que curaba todos los males, Claude se apresuró a ir a consultarla acerca de las enfermedades que no tenía. La sonámbula le propuso obsequiosamente la posibilidad de rejuvenecerlo indicándole la forma para no tener más de dieciséis años. Se trataba simplemente de darse un baño y de beber determinada agua. Se tragó el agua, se metió en el baño y se rejuveneció en él de tal manera que, al cabo de media hora, lo encontraron asfixiado.
Claude fue víctima de la publicidad hasta después de muerto. Según su testamento, había querido ser enterrado en un ataúd de embalsamamiento instantáneo cuya patente acababa de obtener un droguero. En el cementerio, el ataúd se abrió en dos, y el miserable cadáver cayó al barro donde tuvo que ser enterrado revuelto con las planchas rotas de la caja. Su tumba, hecha de cartón piedra y en imitación de mármol, empapada por las lluvias del primer invierno, no fue pronto nada más que un montón de podredumbre sin nombre.

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jueves, agosto 02, 2012

 

Microrrelatos: Un creyente

Un creyente
George Loring Frost
Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo: 
– Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
– Yo no –respondió el otro–. ¿Y usted?
– Yo sí  –dijo el primero, y desapareció.

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sábado, julio 21, 2012

 

Microrrelatos: La niña

Se "congelaron" en este blog series anteriores de cosas pequeñas, como la serie haikus, o la serie µ.

Al tiempo que os invito a revisitarlas (o a descubrirlas), haciendo clic en los dos enlaces anteriores, arranco serie nueva de "pequeñeces".

Empiezo con un Premio Nobel español, y con esto quizás me suicido bloguísticamente, porque la serie ya sólo podrá empeorar...



La niña
Juan Ramón Jiménez

La niña llegó en el barco de carga. Tenía la naricilla gorda, hinchada, y los ojos de otro color que los suyos. En el pecho le habían puesto una tarjeta que decía: “Sabe hablar algunas palabras en español. Quizá alguien español la quiera”.
La quiso un español y se la llevó a su casa. Tenía mujer y seis hijos, tres nenas y tres niños.
– ¿Y qué sabes decir en español, vamos a ver?
La niña miraba al suelo.
– ¿Ser nice? – Y todos se reían. – Me custa el socolate. – Y todos se burlaban.
La niña cayó enferma. “No tiene nada”, decía el médico. Pero se estaba muriendo. Una madrugada, cuando todos estaban dormidos y algunos roncando, la niña se sintió morir. Y dijo:
– Me muero. ¿Está bien dicho?
Pero nadie la oyó decir eso. Ni ninguna cosa más. Porque al amanecer la encontraron muda, muerta en español.

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viernes, mayo 04, 2012

 

Todos contamos para salvar vidas


Clic en el cartel para ampliarlo

Más información: en la web de Universitarios con la Infancia.

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jueves, marzo 22, 2012

 

Novela negra: Un ser abominable

Cinco años después de leer Roseanna, la primera novela de la serie del inspector Martin Beck, escrita por los padres de la novela negra sueca Maj Sjöwall y Per Wahlöö, y ya leídas las cinco siguientes de la serie, por fin cae en mis manos la que hizo el número siete: Un ser abominable.

Un ser abominable (1971, Maj Sjöwall y Per Wahlöö)

En esta ocasión, en lugar de hacer un resumen o dar una opinión (esto último no podría hacerlo todavía), voy a poner el inicio del capítulo seis. Creo que basta para hacerse una idea sobre qué significaba para Sjöwall y Wahlöö describir la escena del crimen. ¡Cómo disfruto con las novelas de Sjöwall y Wahlöö!
La habitación tenía cuatro metros y medio de larga, tres metros de ancha y unos tres y medio de alta. Los colores, monótonos, eran de un sucio blanco en el techo y de un indefinido amarillo grisáceo en las enyesadas paredes. En el suelo, losetas de mármol blanco grisáceo. Los marcos de la puerta y de las ventanas de un gris claro. Ante la ventana colgaban pesadas cortinas de damasco amarillo pálido y, tras ellas, otras más finas, blancas, de algodón. La cama de hierro estaba pintada de blanco, o sea del mismo color que las sábanas y la funda de la almohada. La mesita de noche era gris y la silla de madera era de color pardo oscuro. La pintura del mobiliario estaba descolorida, y las ásperas paredes aparecían agrietadas por el tiempo. El estuco del techo se había desprendido en algunas partes, y se veían manchas oscuras donde había penetrado la humedad. Todo se veía viejo, pero estaba limpio. Sobre la mesa había un jarrón de níquel plateado con siete pálidas rosas rojas. Además, unas gafas y la funda de éstas, un tazón de plástico transparente con dos pequeñas pastillas blancas, un pequeño transistor de radio, color blanco, una manzana ya mordida y un vaso medio lleno de un líquido amarillo brillante. En el estante de abajo había un montón de revistas, cuatro cartas, un bloc de papel rayado, un diminuto bolígrafo Waterman con repuestos de puntas en cuatro colores diferentes, y algunas monedas sueltas para cambio, exactamente ocho piezas de diez ore, dos de veinticinco ore, y seis de una corona. La mesa tenía dos cajones. En el superior había tres pañuelos usados, una pastilla de jabón en una jabonera de plástico, un tubo de pasta dentífrica, un cepillo de dientes, un frasco de loción para después del afeitado, una cajita de pastillas contra la tos, y un estuche de cuero con un limpiauñas, una lima y unas tijeritas. El otro contenía una cartera, una afeitadora eléctrica, un sobrecito con sellos de correo, dos pipas, una bolsa de tabaco y una postal en blanco y negro del Ayuntamiento de Estocolmo. Había varias prendas de vestir colgando del respaldo de la silla: una chaqueta de algodón gris, pantalones del mismo color y material, y un camisón blanco largo hasta las rodillas. Sobre el asiento de la silla había ropa interior y calcetines, y junto a la cama, un par de zapatillas. Un bañador color beige colgaba del gancho para ropa junto a la puerta.
Sólo había un color completamente diferente en la habitación: un rojo horrible. 
El muerto yacía echado de lado entre la cama y la ventana. Le habían cortado la garganta con tal fuerza que la cabeza había quedado echada hacia atrás en un ángulo de casi noventa grados y yacía con la mejilla izquierda sobre el suelo. La lengua se había forzado un camino a través de aquel boquete y la dentadura postiza de la víctima sobresalía de los labios mutilados. 
Caído hacia atrás, la sangre había salido a borbotones de la arteria carótida. Esto explicaba la veta carmesí a través de la cama y las salpicaduras de sangre en el jarrón de flores y la mesita de noche. 
Por otra parte, la herida en el diafragma había empapado la camisa de la víctima y producido el enorme charco de sangre que se había formado alrededor del cuerpo. Una inspección superficial de la herida indicaba que alguien, de un solo golpe, había cortado el hígado, los conductos de la bilis, el estómago, el bazo y el páncreas. Por no mencionar la aorta. 
Virtualmente toda la sangre del cuerpo se había vertido en pocos segundos. La piel era de un blanco azulado y parecía casi transparente, allá donde podía verse; por ejemplo, en la frente y en partes de las espinillas y los pies. 
La lesión en el torso era de unos veinticinco centímetros de larga y estaba completamente abierta; los órganos lacerados habían presionado hacia afuera entre los cortados bordes del peritoneo. 
Podía decirse que aquel hombre había sido virtualmente cortado en dos.

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martes, enero 04, 2011

 

Mankell, el máximo exponente de la novela negra nórdica

Henning Mankell se declara heredero de los padres de la novela negra nórdica, Sjöwall y Wahlöö y, en mi opinión, es además el de más calidad de todos ellos.

A lo largo de diez novelas escritas entre 1991 y 2009 (el mismo número de obras con las que Sjöwall y Wahlöö desarrollaron su personaje del inspector Martin Beck entre 1965 y 1975), Mankell nos regala una nueva versión del policía creíble, que se mueve en un mundo comprensible (por lo imperfecto) con conflictos personales y sociales: el inspector Kurt Wallander.

Wallander es un hombre de mediana edad, con tendencia a la gordura, con problemas en la vida cotidiana, separado y enamorado de su ex-mujer, con relaciones distantes con su hija y con un padre senil; un detective real que emplea en la resolución de sus casos métodos quizás poco ortodoxos pero efectivos, basados en la observación.

El personaje se ha llevado a la pantalla, al menos que yo conozca, en dos series de televisión: una primera de origen sueco, protagonizada por Krister Henriksson (enlace IMDB), y otra en coproducción (Reino Unido-Suecia-Estados Unidos-Alemania), protagonizada por Kenneth Branagh (enlace IMDB). Si bien las series son bastante "visibles" (sobre todo la segunda, bien interpretada por Branagh y bien rodada, en Suecia), no llegan a la altura de las diez novelas de Mankell.

Asesinos sin rostro (Mördare utan ansikte, 1991), Los perros de Riga (Hundarna i Riga,1992), La leona blanca (Den vita lejoninnan, 1993), El hombre sonriente (Mannen som log, 1994), La falsa pista (Villospår, 1995), La quinta mujer (Den femte kvinnan, 1996), Pisando los talones (Steget efter, 1997), Cortafuegos (Brandvägg, 1998), La pirámide (Pyramiden, 1999) y El hombre inquieto (Den orolige mannen, 2009).

Recomiendo leerlas en orden cronológico puesto que, además de presentar cada una su historia policíaca, todas ellas construyen perfectamente un personaje, el de Wallander, que evoluciona a lo largo de casi 20 años, hasta cumplir los sesenta en la décima novela, seguramente la última.

Henning Mankell es un hombre polifacético que escribe también para jóvenes y es además dramaturgo. Su compromiso con el desarrollo cultural le lleva a dirigir el Teatro Nacional de Mozambique y su compromiso político le lleva, por ejemplo, a sufrir el secuestro a bordo del buque Sofía, el barco que intentaba llevar ayuda humanitaria a Gaza el año pasado. Sus obras han recibido varios premios, entre ellos el Pepe Carvalho de 2006.

Continuamos con la serie de préstamos. En el primer comentario, quien nos lo quiera prestar, que nos deje el enlace al préstamo de la primera novela de la serie Wallander: Asesinos sin rostro (formato epub, se lee con Adobe Digital Editions que es gratuito, o se traduce a otros formatos con el programa, también gratuito, Calibre).

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sábado, diciembre 11, 2010

 

Novela negra: Los padres de la novela negra nórdica

Hace tres años un amigo bibliófilo me recomendó un libro sueco escrito en el año 1967 por unos autores difíciles de pronunciar y, en aquel momento, difíciles también de recordar para mi. Allí empezó mi "fiebre" por la novela negra, pasión que continúa en el día de hoy, acrecentada por la comodidad de uso de un lector de libros electrónicos.

Justo un año después de mi "encuentro con la Suecia de los años 60", en verano de 2008, se publicaría en España la primera novela de la trilogía de Millennium, de Stieg Larsson, y con ella la posterior eclosión de obras de otros autores nórdicos, Jo Nesbø, Åsa Larsson, Camilla Läckberg, Mari Jungstedt, etc, etc, etc, que tanta repercusión están teniendo en nuestro país (y en otros).

Pero volviendo a los inicios, Suecia, años 60, en lo más frío de la guerra fría, inspirados en lo mejor de la novela negra norteamericana pero con ese toque lento y frío que sólo los suecos saben dar, el matrimonio de periodistas y escritores Maj Sjöwall y Per Wahlöö se arrancan en 1965 con la primera novela de la serie del inspector Martin Beck, titulada Roseanna, allí empezó todo.

La serie, que se alargaría hasta la muerte de él, Per Wahlöö, en 1975, cuenta con diez novelas, seguramente todas ellas estupendas (sólo he podido leer hasta ahora las seis primeras).

Roseanna (Roseanna, 1965), El hombre que se esfumó (Mannen som gick upp i rök, 1966), El hombre del balcón (Mannen på balkongen, 1967), El policía que ríe (Den skrattande polisen, 1968), El coche de bomberos que desapareció (Brandbilen som försvann, 1969), Asesinato en el Savoy (Polis, polis, potatismos!, 1970), Un ser abominable (Den vedervärdige mannen från Säffle, 1971), La casa cerrada (Det slutna rummet, 1972), Muerte de un policía (Polismördaren, 1974), y Los terroristas (Terroristerna, 1975).

Cada una de ellas se sumerge en algún intrincado caso a resolver por el inspector Beck, pero al mismo tiempo los autores reflejan perfectamente la realidad de la sociedad sueca en aquellos años y critican la falsa imagen bucólica de Suecia. Cada novela se basa en un crimen y todas las novelas juntas conforman un Gran Crimen (de ahí el subtítulo “La historia de un crimen”): el “crimen” que recorre las diez novelas de Martin Beck no es otro que el de la socialdemocracia traicionando a la clase trabajadora.

Vamos a iniciar aquí una serie de préstamos de libros... en el primer comentario, quien nos quiera prestar el libro, que nos deje el enlace al préstamo de la primera gran novela negra sueca, Roseanna, de Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Si queréis más, ya continuaremos... (formato epub, se lee con Adobe Digital Editions que es gratuito, o se traduce a otros formatos con el programa, también gratuito, Calibre).

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